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ejecutar una orden de usted. Pero ésta no puedo cumplirla. No puedo bailar un shimmy,
ni un vals, ni una polca y como se llamen todas esas cosas, nunca en mi vida he
aprendido a bailar. ¿Ve usted cómo no todo es tan sencillo como usted se figura?
La hermosa muchacha sonrió con sus labios rojos como la sangre y movió la cabeza
atusada y peinada a lo garçon. Al mirarla, se me antojó que se parecía a Rosa Kreisler,
la primera muchacha de la que yo me había enamorado siendo un mozalbete, pero
aquélla era morena y con el pelo oscuro. No, realmente no sabía yo a quién me
recordaba esta extraña muchacha; sólo sabía que era algo de la lejana juventud, de la
época de niño.
-Despacio -gritó ella-, vamos por partes. ¿De modo que no sabes bailar? ¿Ni siquiera
un onestep? Y al propio tiempo aseguras que la vida te ha costado sabe Dios cuánto
trabajo. Eso es una trola, amigo, y a tu edad ya no está bien. Sí, ¿cómo puedes decir
que te ha costado tanto trabajo la vida, si ni siquiera quieres bailar?
-Si es que no sé. No he aprendido nunca.
33
El lobo estepario
Hermann Hesse
Ella se echó a reír.
-Pero a leer y a escribir sí has aprendido, vamos, y cuentas y probablemente también
latín y francés y toda clase de cosas de esta naturaleza. Apuesto a que has estado diez o
doce años en el colegio y además has estudiado en alguna otra parte y hasta tienes el
título de doctor y sabes chino o español. ¿O no? ¡ Ah! ¿Ves? Pero no has podido disponer
del poquito de tiempo y de dinero para unas cuantas clases de baile. ¿No es eso?
-Fueron mis padres -me justifiqué-. Ellos me hicieron aprender latín y griego y todas
esas cosas. Pero no me hicieron aprender a bailar, no era moda entre nosotros; mis
padres mismos no bailaron nunca.
Me miró fría y despreciativa, y de nuevo vi en su cara algo que me hizo recordar la
época de mi primera juventud.
-¡Ah, vamos, van a tener la culpa tus padres! ¿Les has preguntado también si esta
noche podías venir al Aguila Negra? ¿Lo has hecho? ¿Que se han muerto hace mucho
tiempo, dices? ¡Ah, vamos! Si tú por obediencia tan sólo no has querido aprender a
bailar en tu juventud, está bien. Aunque no creo que entonces fueras un muchacho
modelo. Pero después.. ¿qué has estado haciendo luego tantos años?
-¡Ah -confesé-, ya no lo sé yo mismo! He estudiado, hecho música, he leído libros, he
escrito libros, he viajado...
-¡Vaya ideas raras que tienes de la vida! De modo que has hecho siempre cosas
difíciles y complicadas y las más sencillas ni las has aprendido. ¿No has tenido tiempo?
¿No has tenido ganas? Bueno, por mí... Gracias a Dios no soy tu madre. Pero hacer
como si hubieses gustado la vida por completo sin encontrar nada en ella, no, a eso no
hay derecho.
-No me riña usted -supliqué-. Ya sé que estoy loco.
-Anda ya; no me vengas con historias. ¡Qué vas a estar loco, señor profesor! Lo que
me resultas es demasiado cuerdo. Se me antoja que eres prudente de un modo
estúpido, justo como un profesor. Ven, cómete ahora otro panecillo. Después sigues
hablando.
Me pidió otra vez un bocadillo, le echó un poco de sal, le puso un poco de mostaza, se
cortó un trocito para sí misma y me mandó comer. Comí. Hubiese hecho todo lo que me
hubiera mandado, todo menos bailar. Era muy bueno obedecer a alguien, estar sentado
junto a alguien que lo interrogara a uno, le mandara y le riñera. Si el profesor o su
mujer hubiesen hecho esto hace un par de horas, se me habría ahorrado mucho. Pero
no; estaba bien así, hubiese perdido mucho.
-¿Cómo te llamas? -me preguntó de repente.
-Harry
-¿Harry? ¡Un nombre de muchacho! Y un muchacho eres realmente, Harry, a pesar de
las manchas grises en el pelo. Eres un muchacho y deberías tener a alguien que se
ocupara un poco de ti. Del baile no digo nada más. ¡Pero cómo vas peinado! ¿Es que no
tienes mujer, ni siquiera una amiga?
-No tengo mujer ya; estamos divorciados. Una amiga sí tengo, pero no vive aquí; la
veo de tarde en tarde, no nos llevamos muy bien.
Ella siseó un poco por lo bajo.
-Parece que has de ser un caballero bien difícil, ya que ninguna para a tu lado. Pero
dime ahora: ¿qué pasaba esta noche tan extraordinario, que has andado correteando
por el mundo como un alma en pena? ¿Te has arruinado? ¿Has perdido en el juego?
Verdaderamente era difícil decirlo.
-Verá usted -empecé-. Ha sido en realidad una futesa. Yo estaba convidado, en casa
de un profesor -yo por mi parte no lo soy-, y en verdad no hubiera debido ir, ya no estoy
acostumbrado a estar sentado así con la gente y charlar; he olvidado esto. Entré ya en
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