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Res�gnate como yo me resigno. Entr�gate a mi imaginación,
como yo me entrego a la tuya. All�, en nuestras cabezas, po-
demos vivir para siempre la pasión.
Aunque debo admitirte que en estos momentos las puertas
de mi mente son como las de una cantina: se abren, se cierran,
se golpean... Sólo s� una cosa.
Tenemos que encontrar la fisura de Nicol�s Valdivia. La
herida por donde sangra. Su secreto m�s vergonzoso y vergon-
zante. No creo que tengamos otro recurso para vencerlo. De-
bemos juntar nuestras cabezas para que Nicol�s Valdivia no
pueda perpetuarse en el poder.
Y en �ltima instancia, piensa que un poco de mala suerte es
el mejor ant�doto contra la amargura por venir. Y la mayor
amargura es la de los todopoderosos: Nada les satisface, siem-
pre quieren m�s y eso los pierde. Descubramos qu� es lo que
deja insatisfecho a Nicol�s Valdivia y tendremos la clave de su
derrota.
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CARLOS FUENTES La silla del �guila
Mar�a del Rosario Galv�n a Bernal Herrera
He caminado mucho esta tarde, Bernal, buscando un sitio al-
to y limpio desde donde ver nuestro Valle de M�xico y renovar
mi esperanza. Es esta la ciudad ojerosa y pintada que horrorizó
(y mató juvenilmente) al excelso provinciano Ramón López Ve-
larde. Es el "Valle de M�xico, boca opaca, lava de baba, desmo-
ronado trono de la ira" que azotó con una furia que lo salvaba
Octavio Paz. O es la imagen exacta y equilibrada del poeta de
la serenidad inteligente, Jos� Emilio Pacheco, cuyos ochenta y
dos a�os acabamos de celebrar, cuando se deja arrastrar por
las evidencias y canta con la voz herida al "Atardecer de M�xico
en las l�gubres monta�as del poniente..."
(All� el ocaso
es tan desolador que se dir�a:
la noche as� engendrada ser� eterna.)
M�xico de temporadas eternas, "primavera inmortal"...
La temporada de lluvias ha empezado, lavando la eterna noche,
la boca opaca, la mirada ojerosa y pintada... Apaciguando al
polvo. Devolvi�ndole la transparencia extraviada al aire. Es
cierto que en tardes de lluvia, entre aguacero y chubasco, in-
cluso desde el siniestro Anillo Perif�rico, se ve con nitidez el
perfil recortado de las monta�as.
He preferido subir a pie hasta el Castillo de Chapultepec y
mirar la Ciudad y el Valle desde esa altura humana, intermedia,
desde donde las monta�as que pude seleccionar Ajusco, Popo-
cat�petl, Iztacc�huatl pueden ser vistas esta tarde con la mi-
rada personal que quisiera rescatar, Bernal, al final de esta
etapa de nuestras vidas.
�Te das cuenta de que esta historia la hemos vivido en el
encierro, como si todos represent�semos en el escenario de
una prisión? Hemos contado una historia despojada de natura-
leza. Tendr� razón Pacheco: "�Sólo las piedras sue�an?... �El
mundo es sólo estas piedras inmóviles?..." Por eso estoy aqu�,
tratando de recordar la naturaleza olvidada, perdida en un bos-
que de palabras, hundida en un pantano de discursos, capada
con un cuchillo de ambiciones...
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CARLOS FUENTES La silla del �guila
�Sabes? Antes de salir, me mir� sin maquillaje en el espejo
para no hacerme ilusiones. Mantengo una figura esbelta, pero
mi rostro empieza a traicionarme. Me doy cuenta de que fui, de
joven, naturalmente hermosa. Hoy, la belleza que me queda es
un acto de pura voluntad. Es un secreto entre mi espejo y yo.
Al espejo le digo:
 El mundo sabe de m�. Pero el mundo ya no sabe a m�.
�Por qu� desperdiciamos nuestra belleza y nuestra juven-
tud? Miro hacia atr�s y me percato de que le entregu� mi ju-
ventud y mi sexo a hombres que acabaron en polvo o estatua.
Toco mi cuerpo esta ma�ana. Nada hiere el cuerpo tanto como
el deseo. No acabo de satisfacer el m�o, lo admito habl�ndote a
ti, que eres el �nico verdadero hombre de mi vida. Nada me ha
satisfecho, Bernal. �Por qu�? Porque he oficiado demasiado en
altares sin Dios. Mis altares son aquellos que envejecen prema-
turamente a los corazones. La fama y el poder. Pero soy mujer.
No me rindo a las evidencias del tiempo. Me digo convencida
que mi atracción sexual no tiene nada que ver con la edad. Soy
deseable sin ser joven.
Recorro las personas, los lugares, las situaciones que t� y yo
hemos visitado desde la crisis de enero y en mi boca no hay
sabor. Quisiera invocar alguna dulzura, la hiel tambi�n, por qu�
no el vómito. Mi lengua y mi paladar no saben a nada.
Consulto a mis otros sentidos. �Qu� oigo? Una cacofon�a de
palabras huecas. �Qu� huelo? Los excrementos que va dejando
en el camino la ambición. �Qu� toco? Mi propia piel cada vez
menos resistente, m�s vulnerable, m�s adelgazada. �Con qu�
toco? Con diez u�as como pu�ales queme hieren a m� misma.
No sólo no me acarician. Ni siquiera me ara�an. Se hunden en
m�, pregunt�ndome qu� ser� de mi piel, cu�nta vida le queda
a�n, qu� placer tan módico y exhausto le espera al cabo. La
nada.
Tengo mis ojos. Me convierto esta tarde en mirada pura. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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