[ Pobierz całość w formacie PDF ]

llamado Los Ángeles. Y le encantaban las lluvias repentinas, de ésas que le calaban a
uno hasta los huesos.
Éramos once en total. Mis cinco padres, Aor y yo, Oni y Hozh, Ayodele y Yedik. Estos
cuatro últimos eran mis compañeros de camada más jóvenes. Podrían haber sido dejados
atrás, con algunos de los compañeros de camada más adultos, pero ellos no quisieron
quedarse. No los culpaba por esto: tampoco a mí me hubiese gustado separarme de mis
progenitores, en un estado premetamórfico. Yo mismo, ahora, entre mis dos
metamorfosis, los necesitaba. Y la familia no hubiera sido la misma sin los más pequeños.
Mis padres ya sólo tenían una pareja de hijos por década. En una situación normal, ya
habrían empezado a trabajar en los siguientes, pero, durante los meses de mi
metamorfosis, habían decidido esperar hasta que pudieran regresar a Lo..., conmigo o sin
mí.
Primero nos dirigimos al huerto de Lilith para recoger algunas frutas y verduras frescas
más. Aunque creo que, en realidad, lo que ella y Tino querían era verlo una vez más.
 De todos modos, ya es tiempo de dejar descansar estas tierras  dijo Lilith mientras
caminábamos. Cada pocos años cambiaba el asentamiento de su huerto, y dejaba que la
selva recuperase el antiguo terreno. Con esos cambios, y con su costumbre de usar
fertilizantes y limo del río, había estado utilizando y reutilizando las tierras de los
alrededores de Lo durante más de un siglo. Sólo abandonaba sus huertos cuando Lo
crecía y se acercaba demasiado a ellos.
Pero este huerto había sido destruido.
No había sido simplemente saqueado. Ocasionalmente, se producían incursiones: los
resistentes tenían miedo de atacar a las poblaciones oankali..., tenían miedo de que los
oankali comenzasen a considerarlos como verdaderas amenazas y los trasladasen de un
modo permanente a la nave. Pero los huertos de Lilith no eran, eso estaba claro, oankali.
Los resistentes lo sabían, y parecían sentirse en libertad de robar en ellos frutos o árboles
enteros. A Lilith nunca parecía importarle. Sabía lo que los resistentes pensaban de ella o
de cualquier humano atriado: que eran traidores a la Humanidad; pero nunca parecía
tenérselo en cuenta.
Esta vez, todo aquello que no había sido robado había sido destruido. Los melones
habían sido pisoteados o aplastados contra el suelo y los árboles. La hilera de árboles de
papaya que se hallaba en el centro del huerto había sido talada. Las matas de judías,
guisantes, el maíz, la batata, la mandioca y las piñas habían sido arrancadas y
pisoteadas. Los cercanos árboles del pan, nogales e higueras, que casi tenían un
centenar de años, habían sido cortados a hachazos y quemados, a pesar de que el fuego
no había destruido más que a algunos de ellos. Los plataneros habían sido derribados.
 ¡Mierda!  murmuró Lilith. Contempló por un momento la destrucción, luego se
apartó y fue hasta el borde del claro del huerto. Allí se quedó de espaldas a nosotros, el
cuerpo muy tenso. Pensé que Nikanj iría hasta ella para ofrecerle consuelo. Pero, en lugar
de eso, comenzó a recoger y limpiar los tallos de mandioca menos dañados. Podían ser
replantados. Ahajas halló una mano de plátanos maduros en buen estado, Dichaan
encontró y desenterró varias batatas, a pesar de que las partes de las plantas que había
sobre tierra habían sido cortadas y desperdigadas. Los oankali y los construidos podían
hallar raíces comestibles y tubérculos con facilidad, a base de sentarse en el suelo y
perforar en él con los tentáculos sensoriales. Esos cortos tentáculos corporales podían
extender varias veces su longitud en posición de descanso.
Fue Tino quien se acercó a Lilith. La rodeó, se puso frente a ella y le dijo:
 ¡Qué infiernos, sabes que tendrás otros huertos!
Ella asintió con la cabeza.
La voz de él se dulcificó:
 Creo que nos conocimos en éste, ¿recuerdas?
Ella asintió de nuevo, y algo de rigidez desapareció de su postura.
 ¿Cuántos hijos hace de eso?  preguntó con voz queda. El humor en su tono me
sorprendió.
 Más de los que nunca esperé tener  le contestó él . Y, no obstante, quizá no sean
bastantes.
Y ella se echó a reír. Le acarició el cabello, que él llevaba largo y atado con una
cuerdecilla de hierbas, para formar una larga cola de caballo que le colgaba por la
espalda. Él acarició a su vez el de la mujer, una suave nube negra alrededor de su cara.
Podían tocarse sin dificultad el cabello porque, esencialmente, era tejido muerto. A [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • spraypainting.htw.pl