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Padre, dice, ella es, es Rita.
-Hijo mo, responde el padre: no pienses sino en Dios, a cuya presencia vas a
parecer contrito, reconciliado y bienaventurado, llevndole tu espiación.
-Padre, quisiera a lo menos verla antes de morir.
-Hijo, piensa en el amargo castigo y glorioso alumbramiento que vas a recibir
del hombre, que es la mano de tu destino.
Perico quiere volverse.
-Adelante! manda el sargento.
Sube al cadalso, se postra ante su padre espiritual, que lo bendice con calma
frente y alma destrozada, besa con ansia y fervor el crucifijo, ese otro cadalso en
que espió el hombre Dios culpas ajenas; vuelve an los ojos hacia donde sonó
la voz que hirió su corazón, se sienta en el banquillo, le atan y le colocan el
garrote al cuello; el verdugo est detrs, el sacerdote entona el credo, el verdugo
tuerce el tornillo, un grito unnime suena en la plaza, Ave Mara Pursima.
Con esta invocación de la Madre de Dios se despide la humanidad del
condenado, a quien la mano del verdugo separa de ella.
El verdugo tapa la cara al ajusticiado con una pao negro.
Un silencio profundo reina en la plaza, sobre la cual, como el verdugo el
pao, estiende la muerte sus negras alas.
A Rita la sacaron accidentada algunas personas compasivas, y la llevaron a
una posada. Su estado era terrible, las convulsiones en que se destrozaba la
dejaban pocos instantes de conocimiento, y en stos se demostraba su
desesperación de un modo tan espantoso, que era preciso sujetarla como a una
demente. En varios das no fue posible trasladarla a su casa. Al fin trajeron sus
parientes una carreta para llevarla. La acostaron en ella sobre un colchón; pero
ninguno quiso acompaarla por vergenza. Sólo Mara iba con su hija,
sosteniendo en sus faldas la cabeza de aqulla, cuyo largo cabello negro caa
cubrindola toda, como para ocultarla a las curiosas e indiscretas miradas.
-All va, decan al verla pasar, la mujer del ajusticiado, que por su liviandad
envió a su marido al cadalso; y los bueyes no apresuraban su lento paso, cual si
tambin ellos tuviesen misión de infligir el castigo de la reprobación a aqulla
que con tanta audacia la haba afrontado.
Mara iba como una resignada mrtir. El suave temple de su alma la haca
como elstica para poder encerrar en ella sin estallar la inmensidad del
sufrimiento. De cuando en cuando se estremeca Rita, prorrumpa en gemidos y
apretaba convulsivamente las rodillas de su madre. sta nada deca, pues no
hallaba palabras de consuelo para tal dolor.
Al anochecer llegaron al lugar. La carreta se paró a la puerta de su casa, y
bajaron en brazos a Rita. Ve sta en casa de su suegra una de las ventanas
abierta de par en par. Rita se arranca de los brazos que la sostienen y se
precipita a la reja.
En medio de la sala que ella habitó en tiempos felices, est un fretro. Cuatro
cirios vierten su grave y solemne luz sobre el sereno cadver de Elvira. Est
blanca como su mortaja, sus manos estn cruzadas y en su brazo derecho pasa
una palma, smbolo consagrado a la virginidad. As, sencilla y en actitud de orar,
yace la católica doncella del pueblo. El contrasentido moderno de ataviar la
muerte, hace estremecer la razón. Qu objeto se lleva en despojar a los
cadveres de su augusta majestad, pintarrajeando su palidez imponente,
descruzando sus manos antes santamente unidas en seal de implorar la
misericordia divina, cubriendo los fros e inertes miembros con sus vestidos de
fiesta, poniendo en las fras e inertes manos un ramo de flores de color, smbolo
de alegra y de regocijo? Cosa tan ligera y alegre os parece la muerte, que
prefers a una oración por el alma, un elogio para el cuerpo, pasto ya de
gusanos?
En el testero de aquella sala abandonada se vean an las yerbas secas que
formaron el nacimiento.
A los pies de la sala estaba sentada Ana, cual otro cadver, plida e inmóvil.
A uno de sus lados estaba Pedro, al otro el religioso que acompaó a Perico
al suplicio.
Eplogo
Aos despus de lo referido fue el marqus de*** a pasar una temporada en
una hacienda a Dos Hermanas.
Una tarde que volva al anochecer de la hacienda de uno de sus parientes, al
pasar cerca de un olivo, notó que el guarda y el capataz que le acompaaban se
quitaron el sombrero. Miró y vio clavada en el olivo una cruz roja.
-Ha habido en estos sitios pacficos una muerte? preguntó.
-S seor, contestó el guarda; aqu mataron al mozo ms guapo y ms
gallardo que jams pisara Dos Hermanas.
-Y el matador, aadió el capataz, era el mozo ms honrado y ms hombre de
bien del lugar.
-Pues cómo fue eso? preguntó el marqus.
-Seor, contestó el guarda, el vino y las mujeres; la causa de todas las
desgracias.
Y fueron repitiendo por el camino los sucesos que hemos trasladado, con
todos sus pormenores y circunstancias.
-Y existen todava algunos de la familia en el lugar? preguntó el marqus,
profundamente interesado en el relato.
-No seor, contestaron. El to Pedro murió al ao. La mujer de Perico se [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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